Marta (Parte III)

(Atención, le recomiendo leer antes la primera parte de este cuento, léalo haciendo click aquí)





Marta, al  escuchar aquel grito fuerte se le erizaron todos y cada uno de los vellos del cuerpo, quedó petrificada, sin aliento al recordar aquel episodio en el cual escuchó las mismas palabras luego de un peculiar incidente, su mente se llenó de infinidad de pensamientos:
¿Que ha pasado?
¿Por qué gritan?
 ¿¡Qué le habrá pasado a mi hijo!?
¿La señora que describe mi papá sera real y ha atacado a mis pequeños?
Todo esto, en tan solo un segundo, un segundo en el cual el amor de madre y esa pasión por la seguridad de sus hijos impulsaron a que en el segundo siguiente, se mueva corriendo junto con su padre al primer piso, corriendo como nunca antes desde la cocina en la planta baja.

Al llegar al segundo piso, el abuelo aún estaba por las escaleras, Marta se hallaba a un paso de la habitación donde sus hijos estaban, con un grito enorme y desesperado al pisar el umbral de la puerta: "¿¡Qué ha pasado!?". Con una inocente voz y un rostro algo asustado por la reacción de la madre, el hijo menor dijo: "Las ventanas están cerradas, puedes abrirlas por favor, hace mucho calor mami". Marta se arrodilló, dió el suspiro más grande en su vida, miró al techo y abrió a los brazos, abrazó a sus hijos, y les dijo que lo haría enseguida.

Mientras tanto el papá de Marta, luego de escuchar que todo estaba en orden y ayudar a Marta a quitar los clavos de todas las ventanas, fue al pasillo, y se quedó allí, observando el dintel y el interior de la habitación en la cual dijo que había visto a la señora. Marta, muchísimo más calmada y en paz, se paró al lado de su padre y le preguntó que hacía allí y por qué miraba tanto esa habitación, su padre, solo alcanzó a decirle que sí estaba seguro de haber visto a alguien parado en la ventana de aquella habitación.

Marta despidió a su padre, los niños jugaban y no hicieron caso a la llamada de su madre para que hicieran lo mismo, ya se hacía tarde para el almuerzo y el abuelo deseaba comer con su esposa, entonces emprendió un largo viaje a casa. Marta se disponía a preparar la comida, cuando la curiosidad la invadió, con un toque de preocupación. Se dirigió de nuevo al primer piso, a aquella habitación que perturbaba a su padre.

Los niños jugaban en una habitación cercana, antes de que pase cualquier cosa la Marta se aseguró de que estuviera todo en orden con sus pequeños, y procedió a limpiar aquella habitación en busca de algún tipo de escondite o algo donde pudiera caber una persona. En aquellas maderas viejas, rotas y detrás de un armario que por el diseño y el estado, pareciese que jamás se había movido de ese lugar, Marta encontró algunos libros viejos en una parte de la pared.

Luego de maniobrar su mano detrás de aquel armario, y quitar algunas telarañas, encontró un par de libros. Eran sumamente viejos y estaban carcomidos por las polillas, encontró además diversos dibujos hechos a mano por alguien con conocimientos médicos, ya que habían ciertos términos que Marta no entendía.

Mientras leía uno de estos libros, pasaba la mañana y ya había llegado la hora del almuerzo, los niños tenía hambre y no había nada preparado, así que dejando el libro en el suelo de aquella habitación la madre se dispuso a salir con sus hijos a comer a un restaurant a las afueras del pueblo.


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