Existen
numerosas cosas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y de
las que, desgraciadamente, tampoco conocemos a su autor, como bien puede
ser el caso de los días de la semana. Ya desde tiempos inmemoriales,
hubo observadores que se dieron cuenta de que había al menos cinco
estrellas que no parecían seguir el movimiento de las demás, al parecer
fijas en la cúpula celeste. A estas estrellas que parecían no seguir las
normas establecidas, se las llamó planetas, que significa “estrella
errante”.
Al planeta más cercano al Sol se le dio el nombre del mensajero de
los dioses (Mercurio), al más brillante se le identificó con Venus, la
diosa del amor, al planeta de color rojo se le bautizó Marte, el dios de
la guerra y al más parsimonioso y lento de todos, se le dio el nombre
de Saturno, el dios del tiempo.
Para entender por qué los días de la semana se llaman como se
llaman, debemos remontarnos nada menos que al 4 de marzo del año 1953
a.C. cuando en los cielos se pudo contemplar un hecho que debió dejar
sorprendidos y asustados a sus observadores. Los cinco planetas
conocidos (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) se encontraban en
perfecta alineación con la luna, junto a la constelación de Pegaso. Este
hecho también supuso el punto de partida de los ciclos planetarios en
la antigua China. Los cinco planetas, junto con la Luna y el Sol
(considerados también planetas en aquella época) conformaban las siete
deidades que controlaban los destinos de la humanidad.
Cuando llegó el momento de asignar nombres a los 7 días de la
semana, que por otra parte es un lapso de tiempo sin ninguna
significación astronómica práctica, al contrario que el mes y el año (el
ciclo de la luna y el de la tierra alrededor del sol), le fueron
asignados los nombres de estas siete estrellas errantes.
Pero hoy en día, sobreviven dos versiones de este nombramiento honorario, la latina y la sajona/germánica.
En la versión sajona/germánica se mezclan elementos astronómicos
junto a dioses de las mitologías sajona y germánica, dando como
resultado: el Lunes (Moonday/Monday) dedicado a la Luna, el Martes
(Tuesday/Tiw´s day) dedicado al dios nórdico de la guerra y curiosamente
también de los zurdos, el Miércoles (Wednesday/Wedn´s day) dedicado a
Odín o Wodin, el Jueves (Thursday/Thor´s day) está dedicado a Thor, el
Viernes (Fryday/Freya day) dedicado a la diosa nórdica del amor, el
sábado (Saturday/Saturn´s day) está dedicado a Saturno mientras que el
domingo quedó en honor al Sol (Sunday/Sun´s day).
En la versión latina (francés, italiano y castellano), tenemos el
Lunes (día de la Luna), el Martes (día de Marte), el Miercoles (día de
Mercurio), el Jueves (día de Júpiter), el Viernes (día de Venus) y el
sábado (día de Saturno) mientras que el Domingo se “latinizó” y pasó a
ser el día del Señor (Domminus).
Por otra parte, el orden de los nombres de los días se asignó,
aparentemente, sin seguir un criterio claro. Si por ejemplo, se hubieran
ordenado en relación al brillo de los planetas la semana habría quedado
de la siguiente manera: Domingo, Lunes, Viernes, Jueves, Martes, Sábado
y Miércoles; mientras que si el orden se hubiera hecho en función de la
distancia de los planetas al sol habría sido: Domingo, Miércoles,
Viernes, Lunes, Martes, Jueves y Sábado. Claro está, en aquellos tiempos
los astrónomos no tenían manera de conocer ni la distancia al sol ni el
concepto de brillo intrínseco.
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